De modo general, el estrés consiste en la movilización de recursos (pensamientos, emociones, conductas) para resolver un problema, para afrontar una situación que se nos platea como conflictiva. El estrés es un proceso psicológico amplio, que engloba a varios sistemas del organismo. En gran medida y en la mayoría de las situaciones, el estrés es normal y sano.

 ¿Cuándo el estrés es un problema?

Como en muchos problemas psicológicos, lo malo del estrés suele estar en su cantidad. Si el estrés es muy frecuente, muy intenso o muy duradero, entonces puede poner en riesgo nuestra salud seriamente.

Muchas veces, cuando pensamos en estrés, nos vienen a la mente los grandes sucesos vitales negativos, como un fallecimiento o un accidente. Sí es cierto que estos son estresores muy intensos, a veces, devastadores. Pero en general, los estresores que nos enferman tienen que ver con pequeñas cosas de la vida cotidiana, las cuales nos activan negativamente, pero muy intensamente para la importancia real que tienen o, en algunos casos, muy frecuentemente. Así, por ejemplo, el viaje a nuestro trabajo puede convertirse en un estresor pues si bien es de baja intensidad, tiene lugar todos los días. En efecto, se ha demostrado que trasladares al trabajo de modo incómodo tiene un impacto negativo en la salud.

Por otro lado, la intensidad de la respuesta de estrés suele depender de la forma en que las personas valoramos las situaciones problemáticas. Así, dos personas puestas en la misma situación van a generar percepciones diferentes y por ende, emociones también distintas. Si se rompe el aire acondicionado de mi casa en pleno verano, naturalmente, esto no me va a gustar. Ahora bien, hay quien reacciona con un poco de frustración, pensando “qué macana, justo ahora con tanto calor voy a estar unos días sin aire” pero también está quien piensa “qué desgracia, esto siempre me pasa a mí, tengo un carma, todo me sale mal en el peor momento…” Obviamente, la segunda persona es quien más severamente se estresa.

Finalmente, la duración de la reacción del estrés, será uno de los factores más importante en determinar cómo nos impacta en nuestra salud general. En efecto, nuestro cuerpo está bien preparado para tolerar un estresor que dura un tiempo corto, un lapso durante el cual hay un problema extraordinario y por lo tanto, el organismo moviliza recursos extras; es lo que llamamos “estrés agudo”. Lo que no estamos bien preparados para tolerar es el “estrés crónico”, es decir, el que se prolonga por largos períodos. Y lamentablemente, eso sí pasa, hay estresores que pueden durar años o incluso toda la vida, como por ejemplo, una relación de pareja conflictiva o un trabajo extremadamente demandante. Si bien puede parecer que el cuerpo se adapta, en realidad “lo soporta”, con consecuencias negativas para la salud.

El estrés siempre hay que pensarlo como un proceso que depende tanto de las características de la persona como de la situación. Así, si bien hay situaciones que suelen ser estresantes para la mayoría de la gente, como un fallecimiento o perder un trabajo, la forma en que impacta, cuánto dura y su efecto final, va a depender de cómo lo interpreta y afronta la persona. Hay personas que tienden a ver en cada dificultad diaria una amenaza grave, mientras otras ven desafíos y hasta oportunidades. Aprender a transformar esa mirada, desde la amenaza hacia el desafío, es parte del trabajo que hacemos en terapia cognitivo conductual.

Tal vez, uno de los costados más importantes del estrés sea su impacto negativo en la salud. Cuando el estrés es crónico y nos acostumbramos a él, como lamentablemente le sucede a tanta gente, actúa como un corrosivo tóxico y silencioso para nuestro estado físico y mental. Así es que el estrés puede provocar problemas gastrointestinales, cardiovasculares, musculares, insomnio, cansancio, dificultades para concentrarse, episodios de enojo, baja tolerancia a la frustración, malos hábitos alimenticios, distanciamiento de nuestros seres queridos, entre otros muchos, muchos problemas de salud. Uno de los más serios es que nos causa algo llamado “inmunodepresión”; esto significa que hace que nuestro sistema inmunológico funcione mal, por lo tanto, quedamos más propensos a contraer cualquier infección y enfermarnos de muchísimas cosas, pues debilita la barrera defensiva principal del cuerpo.

Dado que es un problema tan importante, la investigación científica ha dedicado mucho esfuerzo al  tratamiento del estrés. Así, hoy existen técnicas y programas completos orientados a su manejo. Se dice “manejo del estrés” pues como se trata de un proceso normal en alguna medida, no hay que pensar en eliminarlo sino en controlarlo.

Algunos de los procedimientos efectivos para el manejo del estrés son:

  • Psicoeducación.
  • Discusión cognitiva aplicada a las interpretaciones estresantes, pero también:
  • Discusión cognitiva aplicada al cambio en las creencias centrales de la persona.
  • Entrenamiento en ejercicios de manejo de la activación: relajación muscular profunda, relajación progresiva, entrenamiento en respiración abdominal.
  • Visualizaciones, especialmente de autocontrol.
  • Cambio de hábitos, particularmente, la incorporación de patrones de actividad física y descanso.
  • Entrenamiento en resolución de problemas, especialmente, para favorecer afrontamientos más sanos.

Dado que el estrés es un proceso complejo, que abarca muchos planos del funcionamiento psicológico, en cada caso el psicólogo deberá saber armar un programa de tratamiento adaptado al caso por caso, aunque siempre utilizando técnicas que se hayan demostrado efectivas.